La jauría sinfónica de la noche, le toca el tímpano a su instinto asesino, con la misma irreflexión con la que un niño le toca el timbre a un desconocido y luego corre, porque le tiene miedo a la muerte, pero nunca deja de reír mientras corre. En tanto, el desconocido que despierta en la angustia de un murmullo a oscuras, se consuela imaginando grandes masacres, purificadoras matanzas que impongan el silencio, pero uno que persista, irreversible ojalá.
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