Hoy me desperté admirando la imponente cordillera calva. Te dediqué una canción que sonaba en la radio y abrí la ventana para que el aire caliente de noviembre te la hiciera llegar. Nublada y sofocada, como contagiada por el día, deseé que la canción realmente llegara a calzar tu oído, pero que resonara más fuerte en el epicentro de todos los temblores y que la misma cordillera se cayera a pedazos, nota a nota, a pedazos.
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