De noche temblaba como una copa
medio segundo antes de quebrarse. Una copa vidente, vibrante y vacía, que se
anticipa a la trayectoria de una grieta que se avecina. Y como una copa de
noche no dormía, mantenía su único ojo de ciclope utilitario siempre abierto,
esperando la contención; el agua bendita o la sangre de Cristo, lo que lloviera
primero. De noche, sobre todo de noche, es que estaba como copa en el alambre,
expectante.
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