20 de febrero de 2008

Zapatos

Zapatos furiosos

De un rojo terrible,

Sofisticados y punzantes,

Sigilosos y felinos,

Zapatos lujuriosos y reptiles,

La calzaban perfecta,

Y cuando ella estaba dentro

Mutaba a segura monarca de la cuadra

Y desviaba miradas de asombro

Ante tantísimo descaro colorado.

Sus pies los animaban

A empujar el mundo en su andar

Sin pedir permiso a Dios.

Jamás se despegaban del frívolo beso al cemento,

Eran la sombra de la urbe

Contagiaban al paisaje

Que de súbito era curvo y moteado.

La encerraban en una estela-enigma-nocturna,

Como si de su piel colgara un abismo magnético

Que tenía el brillo nácar de los vicios.

Los zapatos cristalinos la vestían de bohemia

Los zapatos artificio la volvían barroca

Los zapatos terciopelo la ponían melosa

Los zapatos ocaso la pervertían dos veces
Los zapatos aurora la bendecían sin fin.

18 de febrero de 2008

Silencio



Que se haga el silencio en mis labios y en mis ojos

Que no sea yo la desate la anarquía,

La que manche de letras el espacio

Que no vibren mis cuerdas, ni mis pupilas.


Que se haga el silencio en mis oídos,

Que se queden inútiles por unos momentos

Que se consuman y envuelvan de la quietud del aire


Que se haga el silencio también en la razón

Que se calle esa voz que sin mecerse al viento,

Mata el silencio.

Que los sesos descansen de los signos retumbantes,

Que descansen de las palabras inagotables y constantes.


Que se haga el silencio en el alma

Y que el silencio se divorcie de las leyes de la mecánica

Que deje de ser el revés del sonido,

Que no pueda ser quebrado por el choque violento,

Por la oscilación atómica.

Que ahora el silencio sea energía viva

Que sea un color, que sea todos los colores a la vez, que sea el limpio color blanco.

Que el silencio colme el vacío de fulgor

Y al alma la arrulle con el bálsamo de su paz.

Que el día de mi muerte, el silencio este conmigo y me bese la frente.

6 de febrero de 2008

Los N/N



Impulsados por la complicidad de la madrugada los anónimos se acercaron. Él era excesivamente respetuoso y contemplativo; ella era descaradamente ingenua, tenía una inocencia que no le cabía entre las piernas, ni se podía explicar por su relativa juventud, provenía más bien de su ilimitada ignorancia deslumbrada.
Él tejía palabra por palabra una atmósfera placida y tibia, le hablaba de libros que ella ni siquiera imaginaba, de autores, cada nombre le sonaba a nadie. Diríamos monologo, pero esa no era la definición más certera, eso era un dialogo, donde él hablaba con pausas precisas y cadencia, como si hubiera nacido para encantar serpientes y ella se comunicaba con su gestualidad animal, con carcajadas viscerales y, claramente hipnotizada, miraba sus ojos mosaico de colores antagónicos y sentía una paz ajena, que la penetraba despacio, como el aroma del pasto recién cortado.
Le habló entre muchas otras cosas de la forma de vida contemporánea, sin ningún resentimiento, pero con conciencia plena, en ese mismo momento ella lo sintió, nadie había verbalizado de forma tan simple esa inmensa apnea que la asaltaba en las noches, entonces ella le agradeció aliviada y por algunos minutos dejó de sentirse pérdida.

2 de febrero de 2008

Amar-gura


Él la quería con la fibrosa espesura del hígado, guardaba su amor amargo para lanzárselo a la cara como una limosna filosa, como un escupitajo acido.

Él la quería a contracorriente con desesperanza y desesperación, con resentimiento y charcos profundos de decepción.

Escasamente la miraba, tal vez para no infectarla con su rencor esencial, ese mismo que sus facciones no podían contener y lo desdibujaba y redibujaba la cólera.

La profundamente amaba con instinto bélico, le había declarado la guerra del silencio, que avanzaba acuosa y subcutánea socavándole la alegría, transformándola en silencio.


Ella lo quería con cobardía; retenía en su puño izquierdo algunas palabras dulces y un par de sonrisas, que no se atrevía dejar difundir en aire.